HILARIA SUPA
MUJER DE TIERRA ADENTRO, ORGULLO DEL PERU PROFUNDO
JUAN CONTRERAS
CIPAL
Una de los grandes problemas vigentes en nuestra sociedad es, sin duda, el racismo, el desprecio al otro, el menosprecio al hombre de carne y hueso proveniente de los sectores historicamente marginados por el Perú oficial, por el Estado excluyente y opresor que la dominacion colonial española estableció en nuestras tierras y que, por desgracia, las clases dominantes criollas prolongaron tras la Independencia de 1821.
Recientemente la congresista, Hilaria Supa, ha sido elegida Presidente de la Comisión de Educación de la República. Su elección ha despertado, como en los tiempos de la colonia, el desdén, el solapado menosprecio de no pocos dirigentes de los partidos politicos (si puede aún llamarse así) representados en el Congreso. Como una prolongación del racismo colonial en el Perú neoliberal de nuestros tiempos se ha pretendido sostener que esta mujer no resulta idónea para encabezar la Comisión de Educación aduciéndose que no reúne los pergaminos (títulos) que sólo pueden provenir de la universidad, exactamente de la educación formal, o, su lengua quechua hablante supuestamente incompatible con el idioma español, idioma oficial del Estado.
Apreciaciones de ese calibre, formulados por conpiscuos representantes de la llamada clase (¿cuál clase?) política peruana, nos confirman que, históricamente, la derecha peruana jamás fue ideológicamente liberal, menos demócratica en su conducta política concreta. El pensamiento liberal (Rousseau, Voltaire) del siglo XVIII introdujo un concepto revolucionario que modificó la estructura social en las sociedades europeas de aquella época, la ciudadania, lo cual implicaba asumir el concepto de persona en su dimensión jurídica y política. El campesino dejaba de ser siervo arraigado a la tierra y sometido a la absoluta voluntad del señor feudal y pasaba a convertirse en proletario, sujeto de derechos y obligaciones jurídicas, económicas, sociales y culturales. Ciertamente, el liberalismo fundacional fue revolucionario al postular otras categorias políticas - jurídicas como la libertad, igualdad, etc. que literariamente fueron introducidos en la primera Constitución Política de 1823.
Sin embargo, nada de estas premisas lograron plasmarse en la realidad peruana (Mariátegui). Por el contrario, la Independencia de 1821 no logró contener el despojo de las tierras de los campesinos indígenas para favorecer la gran concentración de tierras que prolongaron la antigua encomienda colonial que posteriormente dio lugar a la hacienda post colonial. Bolívar en 1826 restableció los tributos indígenas, perennizando la servidumbre y con ello, la edificación de un Estado excluyente y opresor, ajeno a los intereses de las mayorías nacionales. El Estado - Nación fue entonces sólo papel y discurso de las clases dominantes, herederas del pasado colonial.
En ese contexto, el analfabetismo emergía como una vergonzosa herencia del Virreynato. Millones de indígenas no tenían acceso a la educación que durante la colonia era dirigida por las órdenes religiosas. El concepto de escuela pública aparece recién a fines del siglo XIX cuando el Estado asume esta tarea, arrastrando las taras del pasado colonial (Polémica M.V. Villarán - Deustua) expuesta por Mariátegui. Ciertamente, la intelectualidad pequeño burguesa del siglo XIX estimaba la viabilidad del desarrollo económico y social del Perú siguiendo los lienamientos de los pioneros americanos, en contraste con la visión medieoval y feudalizante proveniente de la tradición española.
No obstante, esta tendencia renovadora poco desarrollo pudo alcanzar en el Perú. Los herederos del pasado colonial, esbozan ahora la teoría del Estado Mínimo, la figura de un Estado cuyo rol en la educacion pública debe reducirse para ceder lugar a la inversión privada (art. 15, Constitucion Politica 1993) yéndose contra la corriente que postula a la educación como el medio más eficaz para la democratización de la sociedad.
Hlaria Supa, y con ella muchas compatriotas, son el resultado histórico de ese divorcio entre Estado y Nacion, representan la evidencia cruda de un antiguo y poderoso nudo histórico que las clases dominante no lograron resolver en los últimos doscientos años de vida republicana. La elección de esta mujer en tan importante comisión del Congreso de la República, le ha caído como chicharrón de cebo a la clase política limeña y citadina que, sin duda, no descuidará un solo momento para subestimar su labor, negándose a entender que los de abajo son los que mejor conocen la realidad del Perú profundo. Y no lo decimos sólo por Macchu Picchu.
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